viernes, 14 de enero de 2011

¡Una cursilería!

Ya que estamos hablando de 'Fatalidad' seguiremos con un diálogo que mantienen Maximilian Schell y Marlene sobre las dos últimas escenas de la peli, en las conversaciones del documental que Maximilian hizo sobre Marlene. Os daréis cuenta de que la Dietrich, ya octagenaria, no opina lo mismo que sus fans y los historiadores de cine.


Marlene, la espía, al teléfono.

Debajo del diálogo os dejo el vídeo con la magnífica escena final de la que hablan, que no tiene nada de cursi, ni de horrible.

Marlene Dietrich: ¡Cómo muevo los labios!

Maximilian Schell: A mí me parece bien.

M.D. -¡Cursilerías!

M.S. -No, es estupendo.

M.D. -En aquella época yo era muy tonta. ¡No sabía! Le pregunté a Sternberg cómo debía caerme cuando me disparasen; si hacia delante, o hacia atrás. Como nunca me habían disparado, no lo sabía.

M.S. -Como si te dieran un golpe.

M.D. -Pero ¿cómo saberlo?

M.S. -Como un golpe.

M.D. -¡Sí, pero hay que saberlo! (Maximilan ríe) Soy muy práctica. No me gusta caerme porque sí.

M.S. -¿Se le ocurrió a usted la idea, o se lo indicó Sternberg?

M.D. -No, él siempre me lo ponía difícil para que aprendiera. Para que utilizara la cabeza y no me limitara a hacer lo que me decían, sino que pensase las cosas. Siempre me trató así.

M.S. -La idea de cuando el joven oficial dice que no puede disparar a una mujer y ella se pintase los labios...

M.D. -Me parecía terriblemente cursi... pero hago lo que me dicen.

M.S. -A mi no me parece cursi.

M.D. -Cursi y horrible.

M.S. -Sin embargo, este detalle que usted llama cursi ...

A continuación hablan sobre la escena en que el oficial busca a Marlene a la celda para conducirla al patíbulo. Ella le pide un espejo para ponerse su tocado y el velo, y el oficial, al no tener ninguno, le alza su sable para que se mire en él:

M.D. -Lo del sable... fue espantoso. [...] Recuerdo cómo alzaba el sable... me pareció horrible, pero nunca me discutí con Sternberg. Jamás.

M.S. -Él no cayó en la tentación de mostrar (su reflejo) el sable en la imagen.

M.D. -Sí... ¡Qué cursilería!

M.S. -Usted llama cursilería a las cosas que no le gustan.

M.D. -Es algo que odio.

M.S. -Al pensar en el número de Londres (Sus conciertos en los años 70) todo de color rosa...

M.D. -No me culpe a mí de esas cursilerías... Yo no sabía nada... Lo que yo hacía no era cursi.




Recordad que si queréis ver más videos de Marlene tenéis disponible mi canal en YouTube.

¡Un saludo y buen fin de semana!

lunes, 10 de enero de 2011

Mujer Fatal de Fatalidad

Aquí está la transcripción literal del inicio del librito de Fatalidad que comenté en la anterior entrada. Aviso que el estilo es altamente machista, pero describe de una manera muy hiperbólica y acertada a esa femme fatale que tanto nos gusta.

¡Alma de mujer! ¿Quién puede entrar en los abismos insondables de su misterio? ¿Quién puede saber el dolor, la dicha, la fidelidad, o la traición que encierra? En cada uno de sus recónditos pliegues oculta un sentimiento distinto. Lo mismo es propicia al odio que al amor, a la aventura que al temor... Lo único innegable en ellas es que a todos sus sentimientos predomina el amor. Por él la mujer más pervertida puede llegar a la sublimidad, lo mismo que la más buena puede llegar a lo más bajo y rastrero. El amor es un sentimiento en ella, tan innato como su propia existencia, y vive en su alma mientras ella vive. Lo difícil es saberlo descubrir, saber hacerlo brotar y una vez conseguido, esa misma mujer, sea quien sea, sea cualquiera la clase social que ocupe y la vida que lleve, llegará a ser lo que quiera el que supo despertar en su ser el amor.

Recorred los tugurios más infectos, los barrios más bajos, los lupanares más pervertidos y siempre hallaréis en todos ellos a mujeres prontas a sacrificar su vida por el amor que el hombre hizo nacer en ellas. Adentrar en sus vidas, investigar su historia y no dejaréis de hallar en cada una el motivo o la causa que las llevó a aquella depravación y que siempre es el mismo; el amor.

Y estas pobres mujeres, que como despojos de la sociedad, se amontonan en esos lugares, que se apartan del resto de los humanos, como contagiadas por una enfermedad fatídica, suelen ser heroínas de los más sublimes hechos. Nada tiene que perder, porque ya lo perdieron todo y para regenerar sus vidas, para ahogar en un grito de deber la voz de sus conciencias están siempre dispuestas a darlo todo, hasta su misma vida si es necesario.

Paso a paso, sangrando sus pies por los rastrojos de la vida, van subiendo su calvario interminable de dolor y de injurias, hasta llegar a la cima, donde en vez de la cruz redentora de sus pecados, encuentran la muerte desesperada, sin que una mano amiga cierre amorosamente sus ojos, abandonadas de todos y despreciadas por todos, hasta por los mismos que la ayudaron a subir el primer escalón de aquella cuesta, tan fácil al principio y tan cruel después.

La insensibilidad humana halla en ellas solamente motivo de mofa y de injuria, de desprecio o de lujuria, sin que nunca se detenga a pensar que también son seres humanos, que sienten y padecen con la misma intensidad que los otros, o más aún, porque ellas son madres del dolor y lo amamantan continuamente con lágrimas de sangre.

Y en uno de esos barrios, uno de los más bajos de la ciudad de Viena, en el año 1914 aglomerábase ante la puerta de una casa, una multitud que curioseaba afanosa, por saber quien era la mujer de aquel día.

Llovía a torrentes en aquella hora de la noche y las pobres mensajeras del amor, con el cuerpo entumecido por el frío y el agua, con sus pies encharcados en los baches de las aceras, seguían esperando, con resignación heroica, al comprador hambriento que quisiese comprar la carne de su cuerpo.

Seguía el público arremolinado en la puerta de la casa, mientras que paseaba tranquilamente, cerca de ella, una de esas pobres vendedoras. Se advertía en sus modales y en su actitud que había pertenecido a otra categoría social. Sus ojos miraban de cuando en cuando hacia el sitio en que el público se hallaba, y en su boca, divinamente trazada, se marcaba una sonrisa enigmática, que no podía decirse si era de piedad o de indiferencia. Cimbreábase su cuerpo ondulante, mecido por una brisa, mientras que su mirada posaba misteriosamente en los transeúntes que acertaban a pasar por su lado.

Anduvo unos pasos más, acercándose a la casa, pero se paró inmediatamente al advertir que se le escurría una media. Sin preocuparse del número de curiosos, levantó su falda y colocó la media en su sitio, con una parsimonia tal como si estuviera en su alcoba.

Nadie se fijó en la blancura nacarada de su piel, que dejó al descubierto, ni nadie se fijó tampoco en sus formas armoniosas, que precisaban el torneado simétrico de su pantorrilla, tan descuidadamente dejada al descubierto.

Cuando terminó la operación se acercó a la puerta, en el mismo momento que sacaban en una camilla a una pobre mujer, compañera de oficio, a quien la desesperación y el dolor habían llevado al suicidio. Uno de los reunidos allí murmuró:

-Este es el fin de todas. Debieran tenerle miedo a esta vida.

Otro de los que habían llegado últimamente se acercó a la que tan tranquilamente se había subido la media y le dijo:

-Ha elegido usted una vida muy peligrosa, jovencita.

La aludida sonrió tristemente y encogiéndose de hombros, como a quien nada le importa en la vida, le respondió:

-No se preocupe por mí. No le temo a la vida... ¡Ni a la muerte!

[...]

-¿Y por qué sigue usted en esta vida?

Y sentada en los brazos de un sillón, dejando al descubierto el nacimiento del muslo, replicó ella:

-Me da lo mismo ésta que otra.

(Narración literaria de Manuel Nieto Galán. 1931 aprox.)

lunes, 3 de enero de 2011

Fatalidad, un libro.

Lo que os enseño hoy es una auténtica reliquia. Una joyita de coleccionismo que me encontré hace unos años paseando por la Feria del Libro de Paseo de Gracia, en Barcelona. Una pieza de anticuario de las que tanto me gustan.

Se trata de una adaptación de Fatalidad (Josef von Sternberg, 1931) a mini-novela. Una práctica muy común con los estrenos más sonados de aquel entonces. Al pasar la primera página ya se indica:

Adaptación en forma de novela de la película del mismo título, interpretada por la eximia actriz Marlene Dietrich.

Tener esto entre las manos es toda una experiencia. Puedes sentir el paso de la historia pasando sus ajadas páginas, y leyendo sus textos. El estilo y el lenguaje con palabras ya en desuso. Sus hojas han temblado con los bombardeos de una guerra, el horror de una dictadura, y el silencio de un montón de años encerrado seguramente en algún bahúl de algún piso de Barcelona. Y ahora descansa en una estantería de mi habitación junto con otros objetos de Marlene.


Fue publicado por una editora barcelonesa entre 1931 y 1935, y contiene 96 páginas con el argumento de la película original en forma de novela, con un prólogo inventado -que no tiene desperdicio y próximamente transcribiré- y 16 fotogramas con subtítulos al estilo de una fotonovela de lujo. Su precio original es de una peseta. Yo lo conseguí por unos 10 euros. Un amigo mio que me acompañaba en ese momento se llevó uno de Joan Crawford -otra de mis heroínas- y la Cleopatra de Claudette Colbert.

De la película en sí ya hablaremos otro día, pero a quien no la haya visto, animo a que la vea, en versión original -siempre en versión original- porque del tándem Dietrich-Sternberg ninguna película tiene desperdicio, y aunque en mi modesta opinión esta es la más floja de las que hicieran juntos, tiene uno de los finales más grandes y memorables de las películas de la Dietrich.

domingo, 2 de enero de 2011

Un nombre, una marca.

¿Cuántas mujeres llamadas Marlene habrán ahora en todo el mundo? ¿Y sabrán cómo nació su nombre?

A los 13 años, la señorita Dietrich decide modificar su nombre, y no necesariamente como artístico sino como nombre complementario al que figura en su documento de identidad.

"Leni estaba pensando en modificar su nombre. En cuanto la maestra la volvía la espalda, ella se dedicaba a escribir variantes en las últimas páginas de la libreta, para probar el efecto. Marie Magdalene. Quedaba bien, con una e al final de cada nombre en lugar de la a. Como todas las criadas se llamaban Marie, tal vez ésta fuera la razón por la que su nombre terminaba en a. Con su tan estudiada y trabajada caligrafía alemana, escribió su nombre completo. Trató de abreviarlo: "Marialena"...  "Marlena"; le gustaba cómo sonaba. Quizás ahora quedara bien la e final que a ella le gustaba: "Marlene". Volvió a escribirlo: "Marlene". "Marlene Dietrich".  A los trece años, había inventado el nombre "Marlene"

(Extracto de Marlene Dietrich por su hija Maria Riva)



PS: Aprovecho para felicitaros a todos el año nuevo. Que tengáis salud, y que haya mucha paz y libertad.
¡Feliz año nuevo!