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viernes, 6 de mayo de 2011

Los ángeles no mueren



En un día como hoy, hace 19 años, los cielos se abrieron y lloraron al emprender el Ángel azul su última travesía. Marlene Dietrich nos dejó, tras mucho vivir y dejar una huella profunda y a perpetuidad en nuestra historia. Se elevó desde París, más etérea que nunca, y se catasterizó para que todos pudieramos recordarla y disfrutarla, de aquí a la eternidad.

Aunque lo más posible es que si ella estuviera leyendo esto y pudiera contestarme, diría "Sentimentalismo barato. Cursilerías innecesarias. Morí, y punto, como todo el mundo"

Sí, porque ella, mujer inteligente, intelectual y pensadora, práctica y terrenal, lo que pensaba de la muerte era lo que muchos pensamos sin temor, y lo que otros ven con pavor:

¿Piensa en la muerte?

-No, en absoluto.

-¿No le tiene miedo a la muerte?

-No. Se debe temer a la vida, no a la muerte. Uno no se entera de nada. Se acabó.

-¿Cree que existe algo después?

-No, no... Eso son tonterías. No voy a creerme que estemos todos volando ahí arriba. ¡Es imposible!

-Muchos filósofos han reflexionado sobre ello...

-¡Todo eso viene de la Biblia! Para consolar a la gente nos dicen que nos vamos al cielo. No hay quien se lo crea.

-¿Y a lo largo de la vida no ha pensado en lo que puede venir luego?

-No. Yo solo pienso en el presente y en lo que tengo que hacer. Que no me vengan con que todos viven en el cielo. Estaría llenísimo. ¡Tanta gente volando por ahí!
Cuando se ha estado en la guerra, viendo morir a cientos de miles de personas... y ahora todos ahí arriba...  No es posible.  Yo no creo en ningún ser supremo, a no ser que éste esté loco.

(Extracto de las entrevistas de Maximilian Schell a Marlene en su vejez)


Querida Marlene. Puede que tú y yo pensemos lo mismo sobre la muerte. Sobre la otra vida, sobre los seres supremos y todas esas fábulas. Pero en estos casos es imposible no recurrir precisamente a eso, a la fábula, al estilo poético y a hablar de tí como de mitología. No es desacertado y al fin y al cabo no es del todo ficticio. Nadie muere cuando permanece en el recuerdo para siempre. Para muchos, como yo, estás en el cielo, no en un cielo convencional ni religioso. Estás en un cielo muy personal y seguirás brillando desde algún lugar.

Eternamente;
Serch.




Luis G. Berlanga:

Ayer se cerraba definitivamente uno de los capítulos más sugestivos y evocadores de la historia del cine.
Marlene Dietrich, actriz fascinante, cuya figura pobló las fantasías de varias generaciones de cinéfilos, murió tan silenciosamente como había vivido durante las últimas décadas. La última diosa del celuloide es ya para siempre el ángel azul, aquel personaje que creara para ella Josef von Sternberg y que se convirtió en el prototipo aún no superado de la mujer fatal, de la carne encendida por una antorcha de hielo, de una pasión capaz de iluminar las estancias más sombrías del alma y calzinar a la vez toda esperanza. Quedan en el universo del cine magníficas actrices, pero con Marlene desaparece el último mito, la última figura moldeada con la misma materia que los sueños.

(Artículo de Luis G. Berlanga publicado un día después de la muerte de Marlene, el 07 de Mayo de 1992)



José Luis Garci:

Durante el verano de 1960 [...] me enamoré de una chica que estudiaba Idiomas. Preparé las oposiciones para entrar en el Banco Ibérico, y oí cantar en el Retiro a Marlene Dietrich.


Fue una noche de Julio, en Pavillón, a dos pasos del Estanque. Los árboles nos defendían de los yacimientos de calor que llegaban de Ventas y de Atocha. Junto a la puerta de aquella bonita sala de fiestas había un luminoso de neón, rosado, en vertical, "Marlene", y muchos coches aparcados, diez o doce. También llegaban taxis sin parar a un parque del Retiro que nunca fue más Prater, a un Madrid que parecía Viena.


La chica que estudiaba Idiomas, y yo, bien cogidos de la mano, fuimos de los primeros en pillar sitio al lado de la tapia trasera. Pavillón se llenó, desde luego, pero en los alrededores no cabía un curioso más. Gentes de toda condición, que en ningún otro lugar hubiérase reúnido, que dijo Don Jacinto, comunicábase allí su regocijo y su nerviosismo.


Marlene, a punto de cumplir 60, "la abuela más joven del mundo", empezó a cantar a eso de las doce. Tenía la voz oscura, densa, enérgica, y un poco turbia. Cantó en inglés, en alemán y en francés. Pero mi amiga apenas pudo traducirme unas palabras. En alemán no cogió nada. En inglés "Love" "Darling" y poco más. Tuvo que ser mi francés del bachillerato quien rescatara "Amants" y "Paris, Paris, ville d'amour". Sólo al final, cuando aquella rubia de los años treinta cantó "Lili Marlen", la muchedumbre del tendido de los sastres, movió la cabeza a un lado, a otro, muy despacio, sonrió, y aplaudió con fuerza. Y eso fue todo. Antes de la una, todos a casa.


Ay, si Marlene nos hubiera visto allí, sentados en el suelo, fumando, alrededor de la tapia, bebiendo agua de las fuentes cercanas, habría creído sin duda que nosotros éramos las tropas, sin uniforme, de otro frente aliado. [...]

Marlene tenía un estilo heredado de los años 20 que languideció con su tiempo. Sus cejas eran tan finas que no llegaron a ser exóticas. Y el "rouge", como muy bien descubrió Mercedes de Acosta, uno de sus grandes amores, no le iba en absoluto. Pero otros amores de Marlene, Jean Gabin y Erich Maria Remarque, por ejemplo, descubrieron en ella una maravillosa mujer de su casa, una cocinera de asombro y una prusiana suave y ligera.


Más que sus muslos legendarios, los hombres de los treinta amaron aquellos pantaloncitos con puntillas que se entreveían cuando se sentaba, y sobretodo, las medias negras que sujetaban unas ingles poderosas, limpias y algo anatadas.

El milagro de transformar aquella alemanota en una estilizada chica Penagos, lo hicieron a medias Sternberg, el fotógrafo Lee Grames, algo de niebla, y los geniales chicos y chicas que peinaban, maquillaban y vestían en Paramount.
Reina del claroscuro, Marlene absorvió como ninguna la luz cruzada de los estudios, los proyectores laterales, y la bruma de los difusores. Suyo será siempre todo el glamour del Kitsch.

Me gusta en Angel, de Lubitsch, y me fascina en Marruecos, en esa ramera que sigue a los legionarios por un desierto californiano y que pierde la cabeza por Gary Cooper cuando éste graba su nombre -Amy Jolly- con la punta de su navaja en una mesa de madera.

Imagino a Marlene en Villa Luisiana, aquel hotelito [...] La imagino abandonando al escritor, subiendose en la limousine, alejándose por Arturo Soria, mientras el cielo se vuelve violeta y en algunos ventorros con jardín los últimos noctámbulos juegan a la rana borrachos de anís. Justo en ese instante, y con esa elegancia que no se hereda, Felipe Trigo se suicida. Terminan los años veinte. Para Marlene empieza la vida.

Mañana, hoy ya 7 de Mayo, saldré a rodar muy temprano. Sé que va a ser un buen día para filmar amaneceres.

(Artículo de José Luis Garci publicado tras la muerte de Marlene Dietrich, el 7 de Mayo de 1992)